sábado, 15 de agosto de 2015

Hoy es un día muy especial para mí. Es 15 de Agosto.

Hace años, decidí ingresar a un seminario religioso, deseoso de vivir el el Evangelio de una forma muy concreta .... pero muy complicada. Pero no, hoy no vengo a platicarles de esto, sino de una persona que conocí en los primeros meses de esa aventura y que como aquél entonces hasta hoy representa una de las mayores alegrías que he tenido en la vida.

Sor Adriana, fue la primera persona que conocí dentro del seminario que irradiaba eso que se espera de un religioso: un alegre amor a Dios. No digo que antes no lo haya visto, pero quizá no supe descubrirlo en la personalidad de mis compañeros o en los frailes de comunidad. Y para ella parecía ser natural.

Recuerdo cada consejo que me dio, como si ella ya hubiese vivido cientos de veces lo que yo recién empezaba, y me impresionaba porque era realmente muy joven, tal sobriedad hasta el día de hoy no la he vuelto a ver en alguien de su edad. Sor, representó para mí un espejo en el cual reflejarme en mi crecimiento como religioso. Y no hablo de cosas intelectuales, pretenciosas y demás vanidades que a veces creo nos confundían mucho como varones, sino de aquella simplicidad que solo podía obtenerse por la meditación del mandamiento más grande.

Con Sor podía hablar de Dios con total naturalidad, como si él se trátese de un amigo en común. No necesitábamos citar libros, estudios o documentos para encontrar lo simple del evangelio en los detalles de nuestra vida religiosa.  Aunque Santa Teresa y Teresita eran habituales es sus reflexiones. Esto yo esperaba encontrar al entrar al seminario, y que solía ser escaso entre mis compañeros. Nunca entendí el por qué, pero a veces Dios era el gran ausente en lo coloquial de nuestras vidas.

Sor, con sus reflexiones marcó mi vida para siempre, fue la primera en hacerme notar lo mediocre que se había vuelto nuestras vidas comunitarias, lo falso que nos veíamos en un altar y con palos en casa, fue la primera en alertarme contra el conformismo que nos había invadido como enemigo silencioso y para nosotros, casi indetectable.

Además, fue quién me puso mi primer gran meta: no estaba yo en el convento por otra cosa que no fuera la santidad. Jamás, fuera de los discursos fabricados y elegantes había oído de alguien que viviera con esa idea en la cabeza, ¿no era una mera frase retórica?

Cuando me marché al convento del noviciado, perdí contacto con ella, y cuánto hubiera dado por haberla escuchado una vez más cuando estaba realmente confundido. Sin embargo, sabía que ella oraba por mí, desde algún lugar.

Hasta hoy, sigo pensando que renuncié a la profesión de los votos, porque jamás hubiera podido vivir una vida con la exigencia de la vida consagrada a Dios. Simplemente no pude
A pesar de que mis formadores decían que iba creciendo y creían que mi vocación estaba clara, dentro de mí sabía que eso no bastaba, porque Sor Adriana me había mostrado ideales más grandes que veía que ella vivía, y que junto a Fray Alex eran espejos que me esforcé en imitar pero que no logré convencerme de que era en verdad posible.

Hoy, Sor ha hecho sus votos perpetuos, y creo que es más un formalismo que un inicio, porque desde que la conocí, sabía que si alguien había comprendido lo vivible de los consejos evangélicos, era ella.

Y no lo niego, estoy muy emocionado al volver a verla, luego de años, porque me siento orgulloso de mi Iglesia por personas como ella. Y cuando pierdo la fe en mi comunidad, pienso en su ejemplo y sé que aún hay esperanza porque ella seguirá iluminando con su alegría a otras personas, que como yo andaban fatigados de no encontrar un poco de certeza de ejemplo.

Hoy, siendo universitario me han leído reprochar y denunciar los medianismos, no de mis políticos sino de mi generación, y sí, como han leído, ella ha sido también mi mentora.
Incluso cosas tan simples, y quizá  risibles, como escribir mis experiencias y la preocupación por la ortografía se las debo a su ejemplo.
Y si he remarcado el adjetivo "sencillo" es porque eso es lo más complicado del ser humano, y del cristiano: la sencillez con la que vivió Jesús.

Así es, mis estimado lectores, a menudo siento a Dios ausente,  como lejos de aquí donde todo nos pasa y parece no importarle, pero días como hoy, alegrías como estas me hacen recordar que Dios estaba ahí, estuvo ahí todo el tiempo para alentarme y reprenderme de vez en vez, a través de la persona de Sor Adriana. Qué ciego cuando no lo pude descifrar.

Al final, a pesar de que he dejado el hábito religioso, sigo sumando en mi lista de héroes a personas que si bien, no han logrado enderezar a este tronco inquieto, si me han hecho seguir de pie, firme en lo que creo y espero.

Sé que la  prensa no hará un titular por ejemplos  como el de ella, pero si lo harán mañana del obispo que dice tarugadas o de un sacerdote criminal, porque el morbo siempre vende.
Al menos espero que tú, que has logrado leer hasta el final, sepas de esta historia y que te haga abrir los ojos antes Dios que se manifiesta en las santas personas que a menudos ignoramos.

Termino dejándoles una frase que me escribió alguna ocasión:

Dios no permite que seamos tentados mas allá de nuestras fuerzas. Y si permite que caigamos es para levantarnos con más fuerzas.

A Dios gracias.




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